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Ironía, dissimulatio o ilussio

Con la ironía o afectación de ignorancia se afirma lo que no se piensa, escondiéndolo de quien no llega a entenderlo, unas veces para rehuir el castigo o reprobación, otras veces por afecto respetuoso, otras por no herir ni suscitar discusiones y las más de las ocasiones por burla y afán de superioridad, como cuando dijo Pilatos “Salve, rey de los judíos”. Francisco Umbral afirma que “la ironía es la ternura de la inteligencia”. Designa de la forma intencionada ya expuesta personas o cosas con nombres que significan lo contrario de lo que son, o con expresión que significa lo contrario de lo que se quiere o pretende decir. Ej. “¡Vaya angelito!” Cuando se emplea en forma amarga o cruel se llama sarcasmo:

Eso está muy puesto
en razón: con respeto le llevad
a las casas, en efeto,
del concejo; y con respeto
un par de grillos le echad
y una cadena; y tened,
con respeto, gran cuidado
que no hable a ningún soldado;
y a esos dos también poned
en la cárcel, que es razón,
y aparte, porque después,
con respeto, a todos tres
les tomen la confesión.
Y aquí, para entre los dos,
si hallo harto paño, en efeto,
on muchísimo respeto
os he de ahorcar, ¡juro a Dios!
Pedro Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea

Por lo general el sarcasmo adopta la forma de disfemismo por ejemplo, “Tusell ha expelido un artículo…”, (Jaime Campmany). En los ejemplos más extremos, éste puede llegar incluso a degradar a ofensor y a ofendido, por el pathos de que va impregnado. Así, para expresar su desprecio por la actriz Joan Crawford, Bette Davis recurrió a este elaborado sarcasmo: “No me mearía en ella si estuviese ardiendo”.

Con frecuencia de la ironía se sigue una explicación que la atenúa o de algún modo la subraya:

Comieron una comida eterna, sin principio ni fin… F. de Quevedo, Buscón.

Muchos poetas líricos hay que no han visto en su vida una lira, ni siquiera traducida del italiano, es decir, una peseta. Clarín, Sermón perdido Madrid: Librería de Fernando Fe, 1885.

Otras veces la ironía prescinde abiertamente de explicaciones y se constituye en el tono de un texto, de forma que sirve para subrayar como presuposición una actitud o ideología del escritor que le interesa inculcar en quien le lee, y mediante un uso continuado de la misma llega incluso a invertir la realidad hasta formular el tópico del “mundo al revés”. Así por ejemplo en Ambrose Bierce:

Una mañana de junio de 1872, muy temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó mucho en esa época. Esto ocurrió antes de mi casamiento, cuando vivía con mis padres en Wisconsin. Esa tarde fui a ver al jefe de Policía, le conté lo que había hecho y le pedí consejo. Me hubiera resultado muy penoso que los acontecimientos tomaran estado público. Mi conducta hubiera sido unánimemente condenada y los periódicos la usarían en mi contra si alguna vez obtenía un cargo de gobierno. El Jefe comprendió la fuerza de estos razonamientos, él era también un asesino de amplia experiencia. Después de consultar con el juez que presidía la Corte de Jurisdicción Variable, me aconsejó esconder los cadáveres en una de las bibliotecas, suscribir un fuerte seguro sobre la casa y quemarla. Cosa que procedí a hacer… Ambrose Bierce, Cuentos.

Un senador de Kansas pasó junto a una pastilla de jabón sin reconocerla, pero ésta insistió en pararlo y estrechar su mano. Pensando que podría hallarse en disfrute de la inmunidad parlamentaria, le dio un franco y largo apretón. Al marcharse observó que parte del jabón se había quedado adherido a su mano y, alarmado, corrió a un arroyo cercano para lavársela. Al hacerlo no le quedó más remedio que usar su otra mano también, de modo que, al terminar, ambas estaban tan limpias que inmediatamente se metió en la cama y mandó llamar a un médico… Ambrose Bierce, Fábulas fantásticas.

La ironía caracteriza el estilo de escritores muy dotados e inteligentes, como Voltaire, Ambrose Bierce, Leopoldo Alas, Mark Twain, Swift o Jon Juaristi. Obsérvese como el viajero Escarmentado de Voltaire se refiere a las consecuencias que tuvieron unas indiscretas palabras en la España del siglo XVIII:

Por la noche, cuando iba a introducirme en mi lecho, llegaron a mi casa dos familiares de la Inquisición con la Santa Hermandad; me abrazaron cariñosamente y me condujeron, sin decir una sola palabra, a una habitación muy fresca, amueblada con una estera y un bello crucifijo. Quedé allí seis semanas, al cabo de las cuales el reverendo padre inquisidor me envió a rogar que viniese a hablarle. Me envolvió algún tiempo entre sus brazos con afecto por entero paternal; me dijo que estaba sinceramente afligido por haberse enterado de que estuviese tan mal alojado, pero que todas las estancias de la casa estaban ocupadas y que otra vez esperaba estuviera más a mi gusto. Además me preguntó cordialmente si sabía por qué estaba allí. Dije al reverendo padre que era aparentemente por mis pecados. “Y bien, mi querido niño, ¿por qué pecado? Habladme con confianza”. Quisiera imaginarlo, no adivinaba nada en absoluto; él me puso caritativamente en la senda. Al fin, me acordé de mis indiscretas palabras. Por ello fui reprendido y pagué una multa de treinta mil reales. Se me condujo a hacer la reverencia al Gran Inquisidor: era un hombre educado, que me preguntó qué me parecía su pequeña fiestecilla. Yo le dije que era deliciosa y marché velozmente a aconsejar a mis compañeros de viaje abandonar este país, tan hermoso como es. Voltaire, Viajes de Scarmentado.

En este ejemplo podemos estudiar cómo Mark Twain se burla de la estúpida obsesión genealógica y del orgullo familiar:

Como dos o tres personas han insinuado en diversas oportunidades que si yo escribiera una autobiografía la leerían cuando tuviesen tiempo, cedo finalmente a esta frenética exigencia del público y ofrezco aquí mi historia.
Nuestra familia es noble y antigua y se remonta a muchísimos años. El primer antepasado de quién tengan noticias los Twain fue un amigo de la familia llamado Higgins. Esto ocurrió en el siglo XI, cuando nuestra familia vivía en Aberdeen, condado de Cork, Inglaterra. La razón de que nuestra larga estirpe haya usado, a partir de entonces, el apellido materno (salvo cuando alguno, de tanto en tanto, se refugiaba traviesamente en un nombre supuesto, para evitar suspicacias), en vez de Higgins, es un misterio que ninguno de nosotros ha tenido mayor deseo de remover jamás. Es una suerte de vaga y bella novela y preferimos no tocarla. Todas las familias antiguas obran así.
Arthur Twain fue un hombre muy destacado, solicitante en la carretera en tiempos de Guillermo II el Rojo. A los treinta años de edad, aproximadamente, fue a un hermoso paraje de veraneo inglés, llamado Newgate
[famosa cárcel londinense] para averiguar algo y ya no volvió. Mientras se encontraba allí, falleció en forma repentina.
August Twain parece haber causado cierto revuelo alrededor del año 1160. Era un hombre muy alegre y solía afilar su viejo sable y después de escoger un escondite adecuado durante una noche oscura, atravesaba con él a la gente cuando pasaba, para verla saltar. Era un humorista nato. Pero llegó demasiado lejos con esto, y la primera vez que lo sorprendieron despojando a una de esas personas, las autoridades le quitaron uno de sus extremos y colocaron éste en un sitio alto y hermoso de Temple Bar, donde pudiera contemplar a la gente y divertirse. Ninguna ubicación le gustó tanto a August Twain y en ninguna se quedó más tiempo. Luego, durante los doscientos años siguientes, el árbol genealógico de nuestra familia ostenta una sucesión de soldados, de individuos nobles y gallardos que iban al combate cantando, inmediatamente detrás del ejército, y que siempre salían de la lid gritando, delante de él.
A principios del siglo XV tenemos al bello Twain, llamado El Erudito. Tenía una letra muy hermosa, realmente hermosísima. Y era capaz de imitar tan bien la letra de cualquiera, que daban ganas de morirse de risa al verlo. Su talento le proporcionó innumerables ocasiones de divertirse. Más tarde fue contratado para picar piedras destinadas a una carretera, y la rudeza de este trabajo le estropeó el pulso. Con todo, disfrutó de la vida sin cesar mientras se dedicaba al negocio de las piedras, que, con pequeños intervalos, duró unos cuarenta y dos años. De hecho, murió en servicio activo. Durante todos esos largos años, su trabajo satisfizo tanto, que apenas terminaba un contrato semanal el gobierno le daba otro. Era todo un niño mimado. Y fue siempre un favorito de sus camaradas de arte y miembro destacado de su caritativa sociedad secreta, llamada La Cuadrilla de la Cadena. Usaba siempre el cabello corto, tenía preferencia por los trajes a rayas y su muerte fue lamentada por el gobierno. Constituyó una dolorosa pérdida para su país. Era tan regular…
Algunos años después tenemos al ilustre John Morgan Twain. John vino a estas tierras con Colón en 1492, en calidad de pasajero. Parece haber sido hombre de un temperamento rudo y desagradable. Se quejó de la comida durante todo el transcurso del viaje, amenazando continuamente con bajar a tierra a menos que la cambiaran. Quería sábalo fresco. Todos los días vagabundeaba por la cubierta husmeando, burlándose del comandante y diciendo que, en su opinión, Colón no sabía adónde iba ni había estado jamás allí en otras oportunidades. El memorable grito de “¡Tierra!” hizo vibrar todos los corazones, menos el suyo. John miró durante algún tiempo a través de un fragmento de vidrio ahumado la línea dibujada sobre las aguas en la lejanía, y dijo:
-¡Que me cuelguen si eso es tierra! ¡Es una balsa!
Cuando este discutible pasajero subió a bordo, sólo trajo consigo un viejo periódico que contenía un pañuelo con las iniciales B. G., una media de algodón con las iniciales L. W. C., otra de lana con las iniciales D. F. y una camisa de noche con la marca O. M. R. Y con todo, durante la travesía, se preocupaba más de su baúl y se daba más ínfulas con ese motivo que todos los demás pasajeros juntos. Si el buque estaba inclinado a proa y no quería obedecer al timón, él se iba a mover su baúl más hacia popa y volvía luego a observar el efecto. Si el buque estaba inclinado a popa, le pedía a Colón que destacara algunos hombres a fin de cambiar de lugar ese equipaje. Cuando se producía una tempestad era necesario amordazarlo, porque sus lamentos con respecto a su baúl impedían que los marineros oyeran las órdenes. Al parecer, no se le imputó abiertamente acto indecoroso alguno, pero en el diario de navegación de a bordo se anota como circunstancia curiosa el hecho de que, a pesar de haber traído su equipaje a bordo envuelto en un periódico, lo llevó a tierra en cuatro baúles, un canasto de vajilla y un par de cestos de champaña. Pero cuando volvió e insinuó, con aire insolente y fanfarrón, que le faltaban algunas cosas y que se proponía registrar el equipaje de todos los demás pasajeros, esto ya excedió toda medida y fue arrojado al mar…
Mark Twain, Autobiografía burlesca.

En este poema Jon Juaristi critica irónicamente la evolución de la sociedad española reciente. Subrayo las palabras donde residen los matices de ironía:

Sátira primera (a Rufo)

Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias, donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio
,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.
Pues bien, ya que deseas que te cuente
de mí y mi circunstancia, has de saber
que un punto de Alcalá me la birló,
en Jodellanos gran especialista,
a quien pago café cada mañana
y sustituyo volontiers los días
en que marcha a simposios en San Diego,
en Atlanta, Florencia o Zaragoza.
Se casó con Gonzalo. El hijo de ambos
va al colegio del mío, pero en vano
acudo a todas las convocatorias,
reuniones, funciones navideñas.
La pícara me elude, y yo departo
interminablemente sobre fútbol
con el cretino del marido, mientras
asesinan los críos una sórdida
versión del Cascanueces. Bien conoces
al pelma de Gonzalo. Creo, incluso,
que fuiste tú quien se lo presentó
.
No pruebo una gota últimamente,
después de la biopsia. Te confieso
que añoro aquellos mares de vermú,
aunque el agua es sanísima. Vicente,
antiguo responsable de mi célula,
es viceconsejero de Comercio
por el Partido Popular, y, claro,
se mueve en otros medios. Otra gente
parece preferir ahora Vicente
.
Mis padres van tirando. Cree, Rufo,
que nada tengo contra ti. Al contrario
,
te recuerdo con franca simpatía.
Sobradas pruebas de amistad me diste
en el tiempo feliz de nuestra infancia.
Es cierto que arruinaste mi mecano,
que me rompiste el cambio de la bici,
que le contaste a mi primera novia
lo mío con tu prima, la Piesplanos.
Eres algo indiscreto, pero todos
tenemos unos cuantos defectillos
.
Veré qué puedo hacer. No te prometo
nada: somos catorce y, para colmo,
corre el rumor de que Juan Luis Panero.

Cuando Jovellanos tuvo que hacer ante una sociedad económica de amigos del país el elogio fúnebre de un magistrado con el que no se había llevado nada bien, realizó un discurso que se ha considerado habitualmente como una obra maestra de la ironía. Empieza así:

Cuando la sociedad se dignó de encargarme el elogio fúnebre del ilustre individuo que acaba de perder, sin duda no previó la dificultad del empeño que ponía a mi cuidado. Las razones que pudieron moverla a hacerme este honor son acaso las mismas que me inhabilitan para su desempeño. En efecto, nadie es más interesado que yo en la gloria del difunto Marqués de los Llanos, y nadie por lo mismo menos a propósito para hacer su elogio. Otro cualquiera podría realzar, sin nota de parcialidad, las apreciables notas que le adornaron en su vida; pero cuando la uniformidad de estudio y profesión, la fraternidad de Colegio y Tribunal, y, sobre todo, un íntimo, frecuente y amistoso trato me unían con los vínculos más estrechos a nuestro difunto socio, ¿quién habrá que no crea que las palabras dichas en loor suyo, más que dictadas por la verdad, son sugeridas por el afecto y la pasión? Jovellanos, Elogio fúnebre del señor marqués de los Llanos de Alguazas

Existen nueve clases:

a) antífrasis: dar a algo un nombre que indique cualidades contrarias (“Peludo”, a un calvo)

b) asteísmo: fingir que se vitupera para alabar con más finura (“Te falta mundo”, a un viajero). Véase Asteísmo.

c) carientismo: usar expresiones que suenan verdaderas o serias para burlarse (“Nunca oí algo tan certero”, ante una frase desafortunada);

d) clenasmo: atribuir a alguien las buenas cualidades que nos convienen y a nosotros, sus malas cualidades (“Tu vigoroso estado atlético contrasta con mi débil figura”, cuando en realidad es al revés);

e) diasirmo: humillar la vanidad del otro, recordándole cosas de que debe avergonzarse (“¿Qué otra cosa puede esperarse de un hombre que una vez se vistió de mujer…?”);

f) mímesis: imitar a quien se quiere ridiculizar (“_io_ no quiero ye-yelección; quiero irme a mi _Aniyaco_”)

g) Sarcasmo: cuando la burla es tal y tan cruel que se convierte en un redondo insulto

h) meiosis: atenuación que rebaja exageradamente la importancia de algo que en verdad la tiene. Véase su entrada respectiva.

i) auxesis: lo opuesto a la meiosis, tipo de hipérbole irónica que confiere una importancia desusada a algo trivial o despreciable.

j) tapínosis: rodear aquello que se quiere dar a entender con unas palabras que le quitan o rebajan su importancia: “Su señora, señor, con el pretexto de que trabaja en un lupanar vende géneros de contrabando”