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Parodia

Imitación burlesca de una obra literaria o del estilo de un autor. Son especialmente propias de periodos postclásicos, como por ejemplo el Barroco. En pintura, por ejemplo, Velázquez parodia los temas mitológicos (Los borrachos, La fragua de Vulcano, Marte), o Quevedo se burla del Orlando furioso de Ariosto (que era a su vez una burla de los libros caballerescos medievales) en su inacabado Poema de las necedades y locuras de Orlando enamorado; Lope de Vega del Cancionero de Petrarca en sus Rimas humanas y divinas de Tomé Burguillos y Cervantes hace lo mismo respecto a los libros de caballerías y pastoriles en su Quijote. En el siglo XIX Espronceda parodia el estilo neoclásico con su El pastor Clasiquino, y se autoparodia otras veces; Salvador María Granés rehace burlescamente numerosas óperas del XIX, como La Bohème, y Pedro Muñoz Seca se chancea de forma insuperable de la pretenciosidad del teatro histórico romántico y modernista en su astracanada La venganza de Don Mendo.

¿Qué es poesía? Dices
mientras clavas en mi pupila
tu pupila marrón.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía soy yo.
(Parodia de Bécquer)

Hoy ni cielos ni tierra me sonríen,
hoy comprendo mi gran estupidez.
hoy la he visto, la he visto e iba con otro…
¡Me cago en diez!
(Parodia de Bécquer)

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que mientras muero o no muero
me estoy haciendo pipí
(Parodia de Santa Teresa de Jesús).

Un tipo de parodia, la parodia estilística (que no incluye crítica hacia lo imitado) o pastiche, exige un gran talento literario. En ese terreno han destacado especialmente Tomás Salvador, Conrado Nalé Roxlo y algunos otros:

A la manera de Alejandro Dumas (padre)

He aquí uno de los capítulos más sombríos de la historia de Francia que, como el triste episodio del Hombre de la Máscara de Hierro y otros del mismo jaez, ha sido escamoteado persistentemente por los historiadores oficiales, pero que se encuentra debidamente documentado por un cronista de la época en los archivos secretos de la “Biblioteca Mazarino”, apartado 316, casillero 489, expediente 1975.
El cronista anónimo nos narra lo siguiente, en el pintoresco francés de la época:
“El rey Sol amaneció nublado aquella mañana. Su nube no era de tristeza, ni de mal humor, ni de furia; era, simplemente, una nube de distracción. Esto fue notado desde el primer momento por los cortesanos, basándose en el hecho, francamente insólito, de que, durante el besamanos, varias veces se equivocó ofreciendo a los labios palatinos su regio pie.
Con tal motivo, el señor de Voltaire hizo esta ingeniosa frase: “Su Majestad da hoy más pie que nunca para la adulación”.
Luisa de Lavalliére fue confundida por él con una simple sirvienta y reprendida severamente por no haber barrido las escaleras del Louvre. Para desagraviarla, le regaló un collar de perlas, cuyo precio excesivo habría hecho temblar las finanzas del reino, cosa que no ocurrió porque se olvidó de pagarlo.
Pero el episodio más grave fue el del desdichado maese Roulet. Maese Roulet era el encargado de mantener templados y en orden los cuernos de Su Majestad. Su colección de cuernos de caza era célebre.
Maese Roulet se presentó aquella mañana llevando al rey una nueva pieza para su colección. El instrumento estaba hecho con el cuerno derecho de un toro sagrado de la India, y sonaba maravillosamente. El rey resopló los primeros compases de su alalí favorito, y, al devolver el instrumento al buen menestral, le dijo:
-Es de los buenos, marqués.
-Sire —respondió el bueno de Roulet—, yo no soy marqués, pertenezco al estado llano.
-El rey de Francia no se equivoca. Desde hoy lo eres. -Gracias, sire. Y, si no es indiscreción, ¿marqués de qué?
-Marqués del Cuerno —fue la regia respuesta.
Una dama, de las muchas que en aquella época tenían abierta “boutique d’esprit”, susurró:
-He ahí un título al que la mitad de la nobleza tiene derechos adquiridos.
Al oírla, el severo Fenelón enrojeció como una doncella.
El nuevo marqués preguntó:
-Sire, ¿Puedo retirarme?
A lo que el rey Sol, que había vuelto a caer en la distracción que regía aquella mañana, le respondió:
-Id con Dios, estimado conde.
-¿Esto también va en serio, sire? —interrogó Roulet.
-¿El qué, muchacho?
-Lo de conde.
-Sacré nom d’un chien! —gritó Su Majestad, furioso por haberse equivocado otra vez, pero no queriendo dar su cetro a torcer, pues era bastante testarudo, agregó—: Cuando yo digo conde, conde es.
-Gracias, Majestad, ¿y conde de qué soy ahora?
-De lo mismo.
Pero un maestro de heráldica, ciencia que respetaba mucho Luis XIV, explicó que, al ascenderle en la escala de la nobleza, tendría que agregarle otro cuerno por lo menos. Y así se resolvió.
-¿Quedamos, entonces —dijo el monarca—, en que sois duque de los Dos Cuernos?
-Duque no, simplemente conde.
-¿He dicho duque? ¡Pues sea, y no me repliquéis! ¡En mi vida he visto un príncipe más contestador!
-¿A qué príncipe os referís, sire? —preguntó el primer ministro Fouquet, bastante alarmado por el giro que tomaba el asunto.
-¡A este príncipe Roulet de los cien mil cuernos! —exclamó el rey fuera de sí, y agregó, ya perdidos los estribos de la corona—: ¡Idos de aquí, Majestad, o me enloqueceréis!
Un impresionante silencio recorrió la corte. Los cimientos del Louvre temblaban. El monarca, recobrando su escasa lucidez, dijo entonces:
-Lo siento mucho, mi pobre Roulet, pero como no puede haber dos reyes en Francia, pues el rey es el jefe del Estado y el Estado soy yo, no tengo más remedio que hacerte ejecutar; eso sí, con honores reales.
Y el verdugo de París cumplió el penoso deber de decapitar en secreto a Jacobo Honorato Roulet, rey de Francia.

Conrado Nalé Roxlo, Antología apócrifa. Buenos Aires: Kapelusz, 1971, pp. 124-127.

Un tipo de parodia es el contrafactum. Toma como pie forzado una obra determinada de un autor, que repite en parte, pero sustituye lo esencial de la misma para darle una intención distinta, que puede ser sacralizadora (como hizo Sebastián de Córdoba al volver a lo divino los poemas paganos de Garcilaso), obscenizadora (como ocurre con la Carajicomedia, parodia obscena de El laberinto de Fortuna de Juan de Mena) o degradante, como hizo Hernando de Acuña con la quinta canción en liras de ese mismo Garcilaso, para burlarse de la torpeza como poeta de un caballero:

A un buen caballero, y mal poeta, la lira de Garcilaso contrahecha

De vuestra torpe lira
ofende tanto el son, que en un momento
mueve al discreto a ira
y a descontentamiento,
y vos sólo, señor, quedáis contento.

Yo en ásperas montañas
no dudo que tal canto endureciese
las fieras alimañas,
o a risa las moviese
si natura el reír les concediese.

Y cuanto habéis cantado
es para echar las aves de su nido,
y el fiero Marte airado,
mirándoos, se ha reído
de veros tras Apolo andar perdido.

¡Ay de los capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
aunque sean alemanes,
si para ser loados
fueran a vuestra musa encomendados!

Mas ¡ay, señor, de aquélla
cuya beldad de vos fuere cantada!,
que vos daréis con ella
do verse sepultada
tuviese por mejor que ser loada.

Que vuestra musa sola
basta a secar del campo la verdura,
y al lirio y la vïola,
do hay tanta hermosura,
estragar la color y la frescura.

Triste de aquel cautivo
que a escucharos, señor, es condenado
que está muriendo vivo
de versos enfadado,
y a decir que son buenos es forzado.

Por vos, como solía,
no reprehende Apolo ni corrige
la mala poesía,
ni las plumas rige,
pues la vuestra anda sola y nos aflige.

Por vuestra cruda mano
aquella triste tradución furiosa
no tiene hueso sano,
y vive sospechosa
que aun vida le daréis más trabajosa.

Por vos la docta musa
no da favor a nadie con que cante,
y mil querellas usa
con un llanto abundante,
mas nunca escarmentáis para adelante.

A vos es vuestro amigo
grave, si no os alaba, y enojoso,
y si verdad os digo,
daisme por ambicioso,
por hombre que no entiende o sospechoso.

Si yo poeta fuera,
viendo la cosa ya rota y perdida,
a Apolo le escribiera,
pues que de sí se olvida,
que reforme su casa o la despida.

Que no ha sido engendrada
la poesía de la dura tierra,
para que sea tratada
como enemigo en guerra
de quien se muestra amigo y la destierra.

Ella anda temerosa
con sobrada razón, y tan cobarde,
que aun quejarse no osa,
ni halla quien la guarde
de que en vuestro poder no haga alarde.

Y estáis os alegrando,
el pecho contra Apolo empedernido,
y a su pesar cantando,
de que él está sentido
y el coro de las musas muy corrido.

Por ley es condenado
cualquier que ocupa posesión ajena,
y es muy averiguado
que con trabajo y pena
el oro no se saca do no hay vena.

Pues ¿qué podrá decirse
de quien de versos llenos de aspereza
no quiere arrepentirse,
y para tal dureza
anda sacando fuerzas de flaqueza?

Señor, unos dejaron
fama en el mundo por lo que escribieron,
y de otros se burlaron,
que, en obras que hicieron,
ajeno parecer nunca admitieron.

Palabras aplicadas
podrían ser éstas a vuestra escritura,
pero no señaladas,
porque es en piedra dura,
y ya vuestro escribir no tiene cura.

Mas digo finalmente,
aunque decirlo es ya cosa excusada,
que no hagáis la gente
de vos maravillada,
juntando mal la pluma con la espada.

Mueran luego a la hora
las públicas estancias y secretas,
y no queráis agora
que vuestras imperfetas
obras y rudo estilo a los poetas

den inmortal materia
para cantar, en verso lamentable,
las faltas y miseria
de estilo tan culpable,
digno que no sin risa dél se hable.

Por otra parte, existe un tipo de parodia que se realiza en una mixtura de latín y léxico romance, el llamado latín macarrónico (en la España del Renacimiento no se le llamaba así, sino latín genovisco, esto es ‘genovés’), parodias que tienen su origen lejano en los poemas goliardescos y su denominación oficial en la Macaronea de Tifi Odasi (1490), para alcanzar el éxito con los Maccheronee del famoso Teófilo Folengo (1496-1544), más conocido bajo el sobrenombre de “Merlín Cocayo”. En España cultivaron estas parodias, entre otros, Sánchez Barbero, que escribió un poema épico sobre José I llamado La Pepinada, o más propiamente Ignacio Calvo, que escribió un Quijote en latín macarrónico, del que copio su comienzo:

In isto capítulo tratatur de qua casta pajarorum erat dóminus Quijotus et de cosis in quibus matabat tempus

In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus. quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis-mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in trajis decorosis sicut sayus de velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniut ad cassum.