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Disfemismo

El disfemismo es un tipo de sarcasmo que consiste en utilizar expresiones peyorativas o negativas para describir personas, cosas, hechos, etc. Se trata de ridiculizar o degradar lo que se nombra y comporta con frecuencia un tono humorístico: poetastro, cacharro (para referirse a un coche de lujo), etc. También puede resultar cruel: Ayer vino esa cosa (= el novio de mi madre) a cenar, en cuyo caso es uno de los mecanismos de la sátira, del insulto o de la descalificación, y como tal se emplea reelaborado en muchas pintorescas variantes.

El grado más tenue de disfemismo suele utilizar el mecanismo morfológico de la derivación; así, las neutras expresiones “hombre del bar”, “camarero”, “vigilante de seguridad”, “jubilado” o “mujer de la limpieza” aparecen degradadas con la adición del sufijo –ta o –ata: bareta, camata, segurata, jubileta, fregata. Negro, por ejemplo, puede volverse término aún más despectivo si se transforma en negrata. El potencial degradante de la sufijación apreciativo-valorativa ya fue percibido por Quevedo, quien intensificó su poder degradante incluso hasta darle el carácter de sufijo cuestionador o negativizador, en especial si se trata de illo-a: maridillo (no marido, cornudo), castilla (no casta, puta).

En cuanto a los mecanismos que se utilizan, el más usitado es la metáfora: tarugo, por ejemplo, pasó a lexicalizarse desde el lenguaje de los carpinteros al designar a un trozo de madera sobrante e inútil, para designar a la persona sobrante e incapacitada por sus pocas luces. Véase más abajo “cosificación”.

Otro procedimiento es la contaminación: usar una palabra que se asocia a actividades despreciables o degradantes junto al nombre de la persona que se quiere ridiculizar:

Tusell ha expelido un artículo… Jaime Campmany.

También se utiliza frecuentemente la derivación, la estereotipia, la composición y otros muchos. Por ejemplo, de sudamericano se sacó la denominación despectiva sudaca, frecuente en España, mientras que los sudamericanos se refieren despectivamente a los españoles como gachupines o chapetones. Igualmente, dentro de España son frecuentes las acuñaciones léxicas despectivas para referirse a las localidades o regiones vecinas. Por ejemplo, Ciudad Real y Miguelturra son pueblos parejos que se denominan, los ciudarrealeños a los miguelturreños churriegos, y los miguelturreños a los ciudarrealeños culipardos. Los vascos llaman a los castellanos venidos de fuera que viven allí maketos, y los catalanes a los castellanos que viven allí charnegos. No consta denominación inversa.

Otros procedimientos son, por ejemplo, la errata fingida: para degradar al amante del presidente Azaña, Cipriano Rivas Cheriff, un periódico adverso publicó que había sido nombrado jefe de protoculo y una revista fascista, asimismo, escribió deformado en sus páginas el nombre del gran poeta Federico García Loca. El filólogo Tomás Navarro Tomás fue conocido por sus alumnos como El Trilita por sus siglas, y otra filóloga, María Rosa Lida de Malkiel, fue denominada a causa de su vida sentimental “la Malkiel-Lida”.

Los políticos abundan en el uso de la descalificación. El mismo Azaña ya mentado se distinguió en estas lides con una lengua capaz de despellejar un armadillo, y así dijo de uno, usando la litotes o atenuación, “este señor ni siquiera es tonto”; el culto profesor Tierno Galván utilizó también la ironía al referirse a “una inteligencia clara para explicar la confusión, pero no para salir de ella”. El político socialista Alfonso Guerra se distinguió inventando numerosos sobrenombres lacerantes: “Tahúr del Missisippi”, por caso, sirvió para bautizar al presidente Adolfo Suárez durante la larga transición democrática española. Los periodistas, contagiados de este lenguaje propio de una rivalidad esgrimida en política o deporte, crearon así denominaciones como chupóptero, abrazafarolas, bambi etc…

La cosificación o reificación es un tipo de metáfora denigrante mediante la cual una persona es señalada con el nombre de una cosa. Se encuentra en el lenguaje común, al igual que la animalización, y así podemos referirnos a un tonto como tarugo, es decir, el trozo o taco de madera inútil y sobrante que desprecia un carpintero. Fue muy desarrollado por Quevedo en el siglo XVII (“era un clérigo cerbatana”) y el expresionismo europeo del siglo XIX lo asumió como un procedimiento estilístico frecuente, no sólo en lo literario (Valle-Inclán), sino en pintura, con el muy lejano precedente del manierista Archimboldo, donde a veces se acuñaron signos icónicos de este significado, como máscaras, muñecos o maniquíes (Solana, Villaseñor…) y se desfiguró y descompuso la silueta humana, valorando sus componentes materiales.

La animalización, o degradación que utiliza la referencia a un animal para aludir a una persona, observa Aristóteles que se encuentra ya en el lenguaje normal como una forma de metaforizar, y fue desarrollada ampliamente por Quevedo y los fabulistas del siglo XVIII que inspiraron a Goya y a Valle-Inclán. “Perro de los ingenios de Castilla”, llamó Quevedo a Góngora, y a su pintoresco dómine le puso el nombre de Cabra.

El insulto, como género literario, ha recibido cierta atención crítica. Existen cuatro grupos según el tipo de referente de la calificación: dirigido a la inteligencia (tipo cateto), a la educación (tipo golfo), a la bondad (tipo bellaco) o a la valentía (tipo cagueta); en este último tipo podríamos incluir, por ejemplo, la infantilización o el afeminamiento de la persona objeto de ataque.